Bajo la sombra de la curiosidad y con la honesta gallardía de la infancia, un niño y una niña observan los registros de la comunidad de El Amparo en Bogotá con el nuevo operador de su comedor comunitario. Afuera, padres y madres hacen filas, justifican necesidades y reciben un mercado por cabeza registrada que, según los operarios, alcanzará para que una persona coma durante seis días.
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